Desde la prehistoria, la música rítmica de tambores, piedras y maderas combinaba la estética con la magia en rituales relacionados con la caza y la guerra. En Egipto la música debió tener una gran influencia en la corte de los faraones, pues en algunas tumbas se encontraron restos de instrumentos musicales junto a las momias de los músicos que eran enterrados, se cree que con vida, en las tumbas de los reyes. Algunos de los dioses griegos eran músicos, como Orfeo, Pan y Apolo, y los filósofos pitagóricos relacionaban la música con el orden del universo. Música y religión estuvieron unidas durante el Medievo a través de cantos religiosos como el gregoriano y de instrumentos como el órgano, en el acto mágico de la misa.
Cátaros y gnósticos relacionaban la música con la naturaleza, mientras otros rituales medievales la unían a las danzas de la muerte para erradicar la peste negra. Los monjes-guerreros de la Orden del Temple, asociada con lo herético y lo esotérico, utilizaban el «Kirie eleison», que interpretaban capellanes y cargos litúrgicos, para exaltar a los combatientes. Por su parte, las sociedades alquimistas, que buscaban transformar metales en oro, utilizaban la música en sus obras divulgativas como el drama «El Alquimista» y la obra «Atalanta fugiens» compuesta por Michael Maier.
Aunque no se llegó a construir ninguno (sólo la lira de plata que hizo para Ludovico Sforza), Leonardo da Vinci diseñó diversos instrumentos y escribió un tratado de música del que no se conserva ningún ejemplar. Se sabe que algunas sesiones de posado de Lisa Gherardini para «La Gioconda» estuvieron animadas por músicos amigos de Leonardo.
Para la masonería la música expresaba la armonía del mundo y por eso los rituales masónicos eran acompañados de piezas compuestas por músicos ligados a las logias. En 1731 se estrenó «El masón generoso», la primera ópera dedicada a la masonería. A «La flauta mágica» de Mozart se le atribuyen cualidades masónicas, puesto que en la época en la que la compuso el músico estaba ligado a la masonería a través de su padre (ambos fueron nombrados maestres el mismo día) y de su relación con el barón Otto Freiherr Von Gemmingen. Más dudas despiertan las relaciones de Beethoven con la masonería, a pesar de la gran difusión que tuvo su «Oda a la alegría», cuya letra era del masón Friedrich Schiller.
De quienes no hay duda en relación con su pertenencia a diversas logias están Franz Schubert, Joseph Strauss, Jean Sibelius, Fran Liszt, Puccini y Rachmaninov. En el mundo del jazz fueron masones Louis Armstrong, Duke Ellington, Count Basie, Lionel Hampton o Nat King Cole. Con otra de las sociedades secretas, los Rosacruces, que relacionaban la música con una visión geocéntrica del universo, estuvo relacionado uno de los grandes músicos del siglo veinte, Erik Satie, desde los años en los que oficiaba de pianista en los cabaret y cafés de Montmartre. En 1982 compuso «Tres fanfarrias de la Rosa-Cruz».
En la Alemania de Hitler los casos de los músicos ligados al nacionalsocialismo, empezando por la música de Wagner que el Führer descubrió en su juventud y adoptó como banda sonora de muchos de sus actos políticos. Hitler utilizó el manifiesto antisemita del compositor como herramienta propagandística de su credo político. La pasión de Hitler por Wagner convirtió la obra de este compositor en el paradigma de la música nacionalista alemana. También se utilizó la música de Beethoven en actos culturales del partido nazi, sin que por ello haya que relacionar al músico con la ideología nacionalsocialista. Con Richard Strauss Hitler llegó a tener una relación personal importante. Rudolf Hess, Himmler, Goering y Alfred Rosemberg tuvieron relaciones con el ocultismo y la teosofía.
El chamanismo y la santería utilizan los ritmos y los cantos como herramientas espirituales durante los rituales de comunicación con el más allá, al igual que los derviches giróvagos sufíes, que alcanzan el éxtasis místico mediante la danza y la música. Al igual que éstos, los espiritistas buscan la conexión con los espíritus a través de la música. Se dice que Schumann introducía mensajes espiritistas encriptados en sus composiciones para conseguir comunicarse con el más allá.
Como epítome del mal, el diablo se alimenta de almas. Lo que desees, el te lo puede otorgar, pero el precio a pagar es muy alto, y aunque pueda parecer banal, el diablo se cobrará tu alma con dureza y crueldad. Se dice que algunos de los músicos que han marcado la historia habían vendido su alma al diablo. ¿Verdad o ficción?
Genios de la noche a la mañana: ¿Cosa del diablo?
Ningún pacto entre músicos y el diablo puede acabar bien. Pero son muchos los que ansían el éxito a cualquier precio. El talento no cae del cielo… ¿Pero es posible que las habilidades de más de un músico vengan directo de entre las llamas del infierno?
Giuseppe Tartini
Nació en 1692 en Pirano, perteneciente a la antigua República de Venecia y actualmente Pirán, ciudad de Eslovenia. Es considerado uno de los mejores violinistas de la historia de la música, tanto por su virtuosismo con el instrumento como por la innovación de sus composiciones.
A la edad de 21 años, Tartini se encontraba recluido en el Convento de San Francisco en Asís, Italia. Según su testimonio, durante una noche, mientras dormía, el diablo se le apareció pidiéndole ser su siervo a cambio de que el músico le vendiese su alma. Tartini aceptó el trato y retó al diablo a tocar una melodía romántica al violín, creyendo que este no sería capaz de semejante desafío.
En palabras de Tartini, esto fue lo que pasó a continuación:
Mi asombro fue enorme cuando lo escuché tocar, con gran bravura e inteligencia, una sonata tan singular y romántica como nunca antes había oído. Tal fue mi maravilla, éxtasis y deleite que quedé pasmado y una violenta emoción me despertó. Inmediatamente tomé mi violín deseando recordar al menos una parte de lo que recién había escuchado, pero fue en vano. La sonata que compuse entonces es, por lejos, la mejor que jamás he escrito y aún la llamo “La sonata del Diablo”, pero resultó tan inferior a lo que había oído en el sueño que me hubiera gustado romper mi violín en pedazos y abandonar la música para siempre…
Giuseppe Tartini le contaría a su amigo el astrónomo francés Joseph Jérôme Laland su experiencia con el diablo, que este recoge en su libro Viaje de un francés en Italia.
El Trino del Diablo o Sonata del Diablo se convirtió en el mayor éxito de la carrera de Tartini y aún hoy fascina por su tremenda belleza y complejidad de ejecución. Los pocos violinistas que han logrado tocarla hasta la fecha deben lidiar con una gran exigencia técnica, especialmente en el último movimiento de la obra, donde el intérprete debe tocar trinos con una cuerda mientras acompaña con una melodía en el resto de cuerdas.
Ciertamente, El Trino del Diablo parece transportarnos a la propia historia de Lucifer, el Ángel caído, donde reconoceremos delicadeza y dulzura al inicio de la obra, evolucionando hacia una mayor agitación, cólera y desengaño en el segundo y tercer movimiento. El último movimiento tiene una enorme fuerza, concluyendo en un final desgarrador.
En el pasado, la Iglesia consideraba la música una vía para contactar con Dios, y al igual que los sonidos armoniosos nos ponían en línea directa con las fuerzas del bien, un sonido tenebroso llamaba a las puertas del infierno. Tan en serio se tomaron esta cuestión que, ya en el siglo IX, Guido de Arezzo, monje y figura más importante de la música en la Edad Media, prohibió un intervalo musical: el tritono.
El tritono es una combinación de notas que abarca tres tonos enteros y produce un sonido disonante, que evoca tenebrosidad y tensión, creando la necesidad de ser resuelto. Estas características hicieron que fuese evitado popularmente, y poco a poco se le fue atribuyendo un aura aterradora hasta que se acuñó el sobrenombre de Diabolus in musica.
Pues, como podemos imaginar, El Trino del Diablo no escatima en tritonos. El diablo dio una lección a los eclesiásticos sobre su uso de forma magistral.
Giuseppe Tartini sería probablemente a día de hoy músico de blues, jazz o heavy metal, ya que sus sonidos están plagados de tritonos. La melodía central de Black Sabbath, del grupo homónimo, es una oda al tritono en sí mismo. Enter Sandman de Metallica o la propia escala de blues tampoco se reconocerían sin el uso del tritono.
Niccolo Paganini
El violinista Niccolo Paganini, que entre 1820 y 1840 puso a su público en un verdadero trance con su virtuosa forma de tocar, desencadenó la histeria con sus conciertos y desmayó a las mujeres en las filas. Fanny Mendelssohn, la hermana mayor de Félix Mendelssohn Bartholdy, describió su talento como maravilloso e incomprensible sumado a su aspecto de asesino loco y sus movimientos de mono.
Paganini sacudió el mundo de la música con sus increíbles habilidades en toda Europa, no fue en absoluto un tipo conformista e incluso fue acusado de asesinato en varias ocasiones. Actuaba vestido con un atuendo perturbador y unos movimientos espasmódicos; daba la impresión de que era un verdadero zombi. Su reputación era dudosa, adicto al juego y a las mujeres por igual.
Lo llamaban el vampiro violinista debido a su brillante técnica de ejecución que propulsó su meteórica carrera casi de la noche a la mañana. ¿Puede un humano desarrollar tal talento musical por su propia cuenta? La gente de esa época estaba convencida de que había hecho un pacto con el diablo.
Era un chico con una fisionomía un tanto extraña, sufría una enfermedad llamada Síndrome de Marfan o Ehlers Danlos, que afectaba a sus extremidades.
Por esta enfermedad o síndrome, Paganini tenía las extremidades muy alargadas y flexibles, las manos le llegaban a las rodillas y podía doblar sus articulaciones de tal manera que parecía que no tuviera ni huesos ni músculos. Esto le permitía tocar a una gran velocidad, y tocar las notas más difíciles sin esfuerzo.
El peculiar aspecto de Paganini y su virtuosismo con el violín atraía a un gran número de público. Podía tocar muchas de sus obras con una sola de las cuatro cuerdas del violín, y su velocidad era de tal magnitud que podía tocar algunos de sus movimientos perpetuos a 12 notas por segundo.
La leyenda del violinista del diablo era alimentada por el propio artista, que realizaba unas presentaciones un tanto bizarras. Mientras tocaba, contorsionaba su cuerpo de tal forma que inclinaba su cabeza hasta casi llegar al pie derecho, formando la figura de un triángulo. A ello le sumaba además algunas sombras de pequeños diablillos que le daban aún si cabe un toque más siniestro.
Aprovechó la leyenda tras de sí, y sus conciertos eran todo un espectáculo que todos querían ver. Rompía algunas cuerdas del violín y tocaba con tan sólo una o dos, y sonaba perfectamente, incluso como si estuvieran sonando más de un violín.
Muchas son las obras que el gran Paganini compuso tanto para violín como para otros instrumentos. Una de ellas, es la de 24 caprichos para violín.
De todos esos caprichos merece la pena escuchar el nº13, también conocido como La Risata del Diavolo.
EL YERNO DEL DIABLO
Aunque el primer blues que hace referencia en la letra al diablo data de 1924 ‘Done sold my soul to the devil’ de Clara Smith, el primer bluesmen en vender su alma y difundir la historia fue Tommy Johnson. Nacido en 1896 al sur de Jackson, Johnson destacaba del resto de cantantes del Delta por su versatilidad. Bebedor errante firmó clásicos como ‘Canned heat blues’ o ‘Cool drink of water blues’ donde muestra una majestuosidad vocal propia de los field hollers. En realidad la historia del pacto con diablo se debe a su hermano, el reverendo LeDell Johnson, que la difundió espontáneamente a un investigador que profundizaba en el blues del Delta. El efecto escandaloso que esta historia provocaba en el público ocasionó que muchos bluesmen potenciaran el componente demoníaco al hablar de su música.
Sin ir más lejos, un contemporáneo de Johnson, Peetie Wheatstraw se jactaba de ser ‘el yerno del diablo’ en su blues ‘Devil’s son in law‘ y en ocasiones se promocionaba como el ‘sheriff del infierno’ con la intención de crear un personaje solemne con el que el público negro pudiera identificarse. Estas estrafalarias historias también constituían una gran estrategia de marketing. El cazatalentos del Delta H. C. Speir publicó un retrato de Skip James donde se le veía con cola, cuernos y tridente, para publicitar el lanzamiento de su ‘Devil got my woman‘, pieza, por cierto, que tiene más que ver con un desengaño amoroso que con el propio Lucifer.
Algunos han querido ver en los bluesmen la encarnación de los poetas románticos del siglo XIX. Hombres brillantes y autodestructivos que se rebelaron contra las convenciones y murieron jóvenes debido a los excesos de una vida entregada a los placeres satánicos. Vida y arte son inseparables en ese caso. Sin embargo aunque esos bluesmen creyeron estar tocando la música del diablo, ninguno pudo asumir el desafío demoníaco de llegar a una verdad más elevada -máxima ejemplificada en la frase de William Blake «el camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría»-, ya que esa deificación romántica es totalmente ajena a la cultura afroamericana. La proyección de un personaje byroniano sobre el cantante de blues, principalmente la figura de Robert Johnson, responde más a una visión occidentalizada que a la propia realidad del Delta.
Es como si los intelectuales blancos quisieran recrear la música blues del diablo a su propia imagen y semejanza.
‘Big Road Blues‘, de Tommy Johnson es una de las obras maestras del lenguaje del Delta donde despliega un virtuosismo vocal inusitado e introduce crescendo y disminuendos en una misma frase, quién sabe si influenciado por el diablo.
El yerno del Diablo, Peetie Wheatstraw interpreta su demoníaco blues ‘Devil’s son in law‘.
ROBERT JOHNSON Y EL BLUES DEL DIABLO
Sin duda el bluesmen que ha pasado a la historia como el más famoso de todos los pactantes con Satán. Nació en 1911 en el poblado de Hazelhusrt, Mississippi. Seguir con cierta fidelidad los hechos que marcaron su vida no es tarea fácil. Muchas veces parece imposible disociar la visión de ese personaje romántico con la verdadera historia. Algunos autores han querido ver en la vida de Robert Johnson una parábola religiosa: el joven miserable y atormentado, inmerso en una vida de excesos que en su lecho de muerte se arrepiente y renuncia al camino oscuro. A este misterio contribuye también la escasez de fuentes -apenas unas fotografías reales- y testimonios contradictorios de sus coetáneos. De hecho, en la época en la que vivió Robert Johnson uno de cada diez mil hombres negros de Mississippi se llamaban así. Eso teniendo en cuenta que el propio Johnson, en su huida vital constante, en muchas ocasiones se cambiaba el nombre. En una localidad podía ser conocido como Robert Sax, y en otra cercana emplear el nombre de Robert Moore, Robert James o incluso intercambiaba su nombre de pila.
Los detalles de su carrera (apenas grabó 29 canciones) y sus andanzas personales (tuvo varias mujeres, le perseguían amantes despechados) son amplios y estimulantes.. Sin embargo el caso que nos ocupa aquí es el episodio del cruce de caminos. Aunque no tiene ningún vínculo familiar con Tommy Johnson, sí que pudo tomar de él la historia del pacto con el diablo. De hecho, Tommy le sirvió de inspiración en la guitarra. Al ser preguntado por sus influencias Robert Johnson mencionó a Lonnie Johnson y «otro Johnson» que era una reputado guitarrista de la época (Tommy Johnson).
Durante la etapa de su desarrollo musical, se cree que Robert Johnson recibió la tutela de un enigmático guitarrista de Alabama llamado Iker Zinermon quien afirmaba que había aprendido a tocar la guitarra en un cementerio, de noche, sentado sobre una tumba. Puede que el pacto con el diablo también se deba a una interpretación de Johnson de ese aprendizaje a altas horas de la noche. Sin embargo parece que en las letras de algunos de sus blues es donde se aprecia esa influencia demoníaca. Tan solo escuchando temas como ‘Crossroads’, ‘Preaching the blues (up jumped the devil)’ o ‘Hellhound on my trail’ se advierte la imagen de un hombre poseído por el demonio. Aunque el testimonio revelador es su explícito ‘Me and the devil blues‘ donde canta abiertamente: «Hola Satanás, creo que es la hora de irse. El diablo y yo íbamos caminando de un lado a otro».
No hay ningún dato que demuestre la relación entre Johnson y el diablo, parece más una historia inventada por biógrafos o él mismo. Lo que sí está claro es que después del episodio del cruce de caminos se convirtió en un reputado guitarrista de la época. Ya no era el ‘pequeño Robert’ del que se habían burlado otros bluesmen como Son House. Puede que la respuesta simplemente esté en el entrenamiento y la práctica. Si entregó su vida al diablo nunca lo sabremos con certeza. Robert Johnson murió en 1938 a los 27 años de edad envenenado por un marido celoso. Curiosamente en otro cruce de caminos…
‘Me and the devil blues‘
John Lennon, la leyenda de Los Beatles.
Los Beatles fue la banda de rock que cambió la música popular en el mundo, logrando una calidad incomparable en creatividad, en interpretación y en vinculación con la juventud. Pero fueron una poderosa fuerza para promover la revolución cultural de los años 60.
Fue el primer paso de todo lo que vivimos ahora. Porque en esa década vino el gran empuje contra la moral cristiana. Y hoy visto a la distancia, hay pocas dudas de que fue por diseño. Y en ese diseño Los Beatles jugaron un papel central.
Porque ¿Qué cosa más efectiva para sacar a la juventud del cristianismo que conducirlos a las drogas, a la espiritualidad hinduista, al amor libre, a la desconsideración a la autoridad?
El mensaje que dieron Los Beatles.
Lennon más de una vez admitió que estaba desesperado por «ser más famoso que Elvis Presley», y que haría cualquier cosa para lograrlo. Y lo logró, y luego tendría expresiones blasfemas como «somos más populares que Jesús».
Y actitudes blasfemas, como una vez que colgó en un balcón un preservativo lleno de agua a una imagen de Jesús, para que feligreses la vieran, en Hamburgo y otra vez orinó en la cabeza de tres monjas.
Algunos dicen que tenía sentimientos cristianos y que era cristiano, al punto que un amigo de la infancia Pete Shotton habló de una reunión que John solicitó en mayo de 1968 para decirle a Paul, George y Ringo que era Jesucristo reencarnado y quería una declaración autorizada a tal efecto.
Pero basta una blasfemia dicha conscientemente para estar lejos del cristianismo. Joseph Niezgoda en su libro «La Profecía de Lennon» sugiere que John hizo un pacto con satanás a cambio de fama y fortuna.
Y no se basa solamente en el comentario que Lennon le hizo a su amigo Tony Sheridan a mediados de la década de 1960: «Le he vendido mi alma al diablo».
El formato parece ser lo que se ha divulgado en algunas historias fidedignas, en que el Diablo aparece y le propone a la persona: «Te daré 20 años de éxito completo en esta tierra, y luego vendré por ti».
El inicio del pacto de John habría sido en diciembre de 1960, cuando el día 27, esa banda no muy diferente de tantas otras en ese momento, inesperadamente logró que las chicas comenzaran a gritar y a subirse al escenario.
Nunca había sucedido antes, pero sucedería de ahí en adelante.
Los cuatro han señalado que esa noche fue el punto de inflexión en sus carreras, el nacimiento de la Beatlemanía.
Y varios hechos en la vida de John Lennon lo vinculan con una ayuda sobrenatural, entre ellos la visión que tuvieron en 1961 de un hombre apareció y les dijo «A partir de este día, ustedes son los Beatles con una A».
O que las canciones a menudo le llegaban a Lennon en sueños y, por lo general, se convertían en grandes éxitos. Por eso siempre tenía una libreta y un lápiz cerca. También en sus obras hay influencias de fuerzas malignas.
Por ejemplo en la cubierta del álbum «Sargent Pepper» de 1967, aparecen personajes que ellos consideraban héroes, y entre ellos está el satanista Aleister Crowley y otros ocultistas, juntos con otras figuras populares.
También en la cubierta del álbum «Beatles Ayer y Hoy» de 1966, aparecen con partes de cuerpos de niños desmembrados.
Y en el álbum «Conoce a los Beatles» de 1964, muestra la cara de los 4 con la mitad en sombras, un formato claramente Illuminati.
Así transcurrieron dos décadas de éxitos, fama y fortuna, y de empujar a la juventud hacia las sustancias, hacia la espiritualidad no cristiana y hacia distintas formas de pecado.
Y 20 años después de aquella actuación que fue el punto de inflexión para la banda, el 8 de diciembre de 1980, Mark David Chapman disparó cinco tiros contra Lennon frente al edificio Dakota en Nueva York.
Si John había entrado en un pacto de 20 años con el diablo por riqueza y fama, ese contrato terminó ese día con su muerte violenta.
El último disco que grabó fue «Doble Fantasía», donde hay un tema cantado por Yoko Ono, su pareja, llamado «Kiss, Kiss, Kiss», que los analistas dicen que reproducido al revés se escucha 666 y «le disparé a John Lennon».
Probablemente John y Yoko Ono sabían lo que iba a pasar porque consultaban a médiums, astrólogos, numerólogos, psíquicos, y tenían vínculos con el ocultismo. Por eso tal vez cuando Chapman se arrodilló y sacó el arma, John no tuvo ninguna reacción natural de escapar.
Podría haber corrido, podría haber pateado al hombre que estaba a sus pies, podría haber pedido ayuda, solo esperó pasivamente los disparos, como si fuera algo que estaba esperando.
Y Chapman luego diría a los entrevistadores que podía sentir la presencia de los demonios a su alrededor,
«Puedo sentir sus pensamientos. Puedo escucharlos hablar, pero no desde afuera, desde adentro».
Chapman afirmó que una voz en su cabeza le ordenó que matara a Lennon «mata a Lennon, es mío y lo quiero».
Y seguía insistiendo: «Hazlo, hazlo, hazlo».
Las fuerzas espirituales de la oscuridad habían distorsionado su visión del mundo, susurrándole que este era el plan ordenado por Dios, para que él quitara el mal del mundo. Y recién luego se lo atribuyó al mismo diablo.
Según los psiquiatras y los exorcistas que lo trataron en la prisión de Attica, Chapman no podía distinguir las directivas de Dios de las de Satanás y se quería comunicar con los dos. En los meses previos al asesinato de Lennon, la actividad demoníaca alcanzó su punto máximo y Chapman abrió puertas que no podían cerrarse. Comenzó a rezarle a satanás para que lo ayudara.
«Solo te pido que me des el poder de matar a John Lennon».
Los guardias y los médicos de la prisión dicen que se comportaba como un destructor enfurecido, hablando a veces con una voz femenina aguda, y otras con una voz grave, gruñona y agresivamente masculina. Las voces se identificaron como Lila y Dobar, emisarios de satanás.
Dijo que ambos demonios podían leer su mente y que su propósito al poseerlo, era mostrar la presencia de satanás en el mundo, usando la muerte de Lennon como vehículo. Tuvo una serie de exorcismos y finalmente durante una hora salieron 6 demonios por su boca, entre silbidos, gorgoteos y diferentes voces.
Y sintió que durante gran parte de su vida estuvo actuando como que no era él, pero cuando salieron los demonios, pudo sentir que parte de su personalidad se había ido.
Uniendo todas las piezas que se han descubierto sobre la vida y muerte de Lennon y el atentado de Chapman, parecería que Lennon hizo un pacto de 20 años con el maligno y que con él arrastró al resto de la banda.
Y 20 años después volvió y utilizó a una persona que había poseído para hacer el trabajo de liquidar a John.
Kiss, Kiss, Kiss Yoko Ono.
Jagger, el príncipe de las tinieblas
Hay una secuencia de la película 'One plus one' en la que Jean-Luc Godard captura un momento trascendental en la historia de la música. Hasta entonces, la cámara del director de la Nueva Ola sigue los aburridos ensayos de los Rolling Stones con una versión de 'Sympathy for the devil' en tono folk y pastoral. De repente, tras una serie de interludios sobre la supremacía negra y una simbolista entrevista con la Democracia, la canción vuelve al estudio de grabación, pero ahora en su versión definitiva, con ese ritmo tribal y negroide, como de misa vudú, y con Mick Jagger, artífice de la composición, golpeando una conga poseído por el ritmo. A partir de entonces nada volvió a ser igual, lo mismo que después de que Robert Johnson vendiese su alma al diablo en un cruce de caminos.
'Sympathy for the devil' no sólo es una de las mejores apropiaciones de esta gran tradición sonora negra por parte de músicos blancos, sino que también supone un hito dentro de la asociación del satanismo con la música, en general, y con los Rolling Stones, en particular. También marca el principio de la identificación de Jagger con un Lucifer posmoderno. Un paralelismo que comenzó en aquel 1968.
Analizado con perspectiva, Rolling Stones no es un grupo especialmente satánico. Al menos nunca tuvo las inclinaciones por lo oculto de Led Zeppelin, ni las adhesiones abiertamente satánicas de Black Sabbath y Marilyn Manson. Pero sólo ellos ostentan el título de "Sus Satánicas Majestades" desde la publicación, en 1967, de 'Their Satanic Majesties Request'. Jagger siempre se ha mostrado distante respecto a esta identificación demoníaca, a pesar de que no dudase en explotarla. Así se puede ver en 'The Rolling Stones Rock and Roll Circus', una grabación en directo destinada en un primer momento a la BBC, pero que permaneció oculta hasta 1996. Al final de la interpretación de 'Sympathy for the devil', mientras John Lennon se convulsiona entre el público, Jagger se arrodilla y se quita el jersey, dejando ver su torso desnudo, sobre el que hay dibujado, a modo de tatuaje, un retrato de la Bestia.
Pero, ¿Qué idea tenía en la cabeza Jagger cuando decidió dedicarle una canción al Diablo? La composición debe mucho a la novela 'El maestro y margarita', terminada por el escritor ruso Mijail Bulgakov poco antes de su muerte, en 1940. La obra, una dura sátira sobre el régimen comunista de la URSS (que aplastó artísticamente a Bulgakov), introduce como personaje a una encarnación del Demonio, Voland, que viaja con una cohorte de esbirros que se dedican a sembrar el caos en la rigidez del 'paraíso' socialista. Un relato que discurre alternado con pasajes sobre el encuentro entre Poncio Pilatos y Jesucristo. Al contrario que en representaciones anteriores del Maligno, el libro muestra una encarnación demoníaca que resulta atractiva al lector.
La idea de que el Diablo vive, de alguna forma, en todos y cada uno de nosotros. Pero 'Sympathy for the devil' también introduce otra aproximación a Mefisto, la de metáfora de la subversión: "Todo policía es un criminal / y todos los pecadores son santos". Durante las mismas sesiones de grabación que 'Sympathy for the devil', lo que luego acabaría transformándose en el álbum 'Beggars Banquet', los Rolling Stones crearon otro tema icónico, 'Street fighting man'. Tras asistir a una manifestación contra la Guerra de Vietnam, Jagger decidió honrar a todos esos manifestantes que salieron a la calle en el convulso 1968 para intentar derribar los cimientos del sistema. La canción fue censurada por varias emisoras de radio por incitar a la violencia y a las revueltas.
Y aquí es donde estaría la verdadera dimensión demoníaca de los Rolling Stones y de Jagger. En torno a 1968 el 'establishment' empezó a adjudicar al grupo la responsabilidad de la corrupción moral de la juventud de Occidente. Nadie como ellos encarnó la tríada 'sexo, drogas y rock'n roll'. Y nadie como ellos lo difundió.
Pero los paralelismos entre Mick Jagger y Belcebú no acaban aquí. Se habla de pacto con el Diablo y de Dorian Gray para explicar la vitalidad de Jagger sobre el escenario y la longevidad del grupo, el único capaz de haberse mantenido durante medio siglo en la disciplina del rock al más alto nivel. Y también se vuelve a Fausto para entender el proceso de reciclaje del cantante: cómo ha pasado de ser el azote del sistema a formar parte de ese 'establishment' que tanto le temió. Poseedor del título de Sir -y también de una fortuna que se estima en unos 250 millones de euros.
Algo que sorprende a muchos es la vitalidad que regresa al vocalista de los Rolling Stones cada que se sube a un escenario, pues a sus 78 años y a 60 años de la banda, aún siguen llenando estadios y bailando como en sus primeros conciertos.
'Sympathy for the devil'
L´Acrópolis De Juani.
Comments