Nuevo libro de Isabel Camblor: Donuts en la sala de togas.
Realidad y ficción juegan, se asocian, se enredan y se desvían para ofrecernos una lectura en la que no es fácil identificar dónde empieza una y dónde termina la otra. Y es que, cuando se lee “Donuts en la sala de togas”, uno se enfrenta al dilema, sobre el que ya la propia autora advierte al principio del relato, de la enorme dificultad para encasillarlo en un género determinado. No lo podríamos definir como novela, pues no cuenta con la estructura distintiva de ésta y tampoco se localiza el imprescindible sostén del inicio, nudo y el desenlace que determina tal género. Tampoco podemos hablar de autobiografía ni de memento de autosuperación, ya que sí contiene el colorido de la novela y el fundamento anárquico de la ficción. No tiene tampoco vocación de compendio de reflexiones culturales pues, aunque abundan, no andan articuladas con una correspondiente solución de continuidad que las respalde, sino que surgen de improviso, espontáneamente, como si formaran parte de una trama continua.
La protagonista, que nunca acabaremos de aclarar si coincide o no con la autora, se encuentra enquistada en un divorcio complicado. Es durante esos difíciles momentos cuando decide referir a su hijo algunos retazos de la vida de toda una ascendencia familiar común y, con tal voluntad, nos presenta unos personajes cuyas identidades son cualquier cosa menos habituales, convencionales y mucho menos vulgares, unos personajes plagados de peripecias que nos llevan de la sonrisa a la ternura y de la ternura a la reflexión, unos personajes cuyas ocurrencias se engarzan con reflexiones de pensadores y asimismo con las propias de la autora, convirtiendo así el texto, de forma muy sutil, en una suerte de relato metaliterario donde cada referencia a un autor, un filósofo o incluso una cita literaria surge como una pequeña pincelada colocada con hábil precisión.
En definitiva, nos encontramos frente a un relato íntimo y muy lírico, en el que se impone un tono fresco y una voz espontánea a través de la cual Camblor nos muestra el espíritu de una protagonista que no se siente víctima de los rigores de la vida ni muestra cicatriz alguna (el lector agradecerá), relato del cual yo resaltaría, por encima de todo, su singular personalidad y asimismo la visión para conseguir esquivar con destreza lo que ya ha sido contado así como cualquier resquicio de lugar común o trillado.
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