No me cuentes cuentos.
Que ya me los sé, que yo también los he contado.
Vivo en el país de las maravillas y aquí no cabe una caperucita roja más.
El lobo feroz se ha cansado de capas que destiñen y ya no busca bellas durmientes a las que despertar.
Mi hada madrina se llama tiempo y aunque todavía no me ha concedido todos mis deseos, me ha enseñado un truco que siempre funciona: intentar ser feliz.
Te invito a probarlo, está en la página que nunca leerás si no eres capaz de entender lo que es importante en la vida.
No me cuentes cuentos, que yo ya tengo mi pócima secreta. Se llama saber lo que no quiero y tiene un valor incalculable.
Es muy simple: lo que puedes querer está en parte condicionado por el futuro, lo que no quieres es un producto fiable de tu pasado.
Lo de fiable no lo digo yo, sino esa cicatriz tan chula que me va de los ojos al corazón pasando por mi orgullo propio.
Lección aprendida: a un gato no le pegan dos veces en el mismo sitio.
No me cuentes cuentos, que los zapatos de cristal se acaban rompiendo y hace mucho que no vuelvo a casa antes de las doce.
Soy más de noches en la espalda de quien sabe entender que me van los vuelos sin motor y de sonrisas con dientes apretados para los que intentan cortarme las alas.
Y vuelo, alto, siempre.
Las calabazas para quien las quiera.
¿Te sabes ese del patito feo que se convirtió en dragón porque los cisnes tampoco le entendían? Es mi favorito. Manojo de flores que ha sobrevivido a mil inviernos sin morirse por nadie, para conquistar mi mundo hace falta poco ruido y muchas nueces.
Puede que no lo entiendas, pero al otro lado del muro hay gatos de tejado que no duermen en sofás. Un gin tonic, por favor, que mis caídas siempre son libres pero nunca me olvido de poner los pies.
Cigarros de después que no se quieren acabar, no te imaginas cuántas letras se me han quemado entre los labios escuchando historias que no eran verdad.
No me cuentes más cuentos, que Pinocho ya no tiene a quien mentir.
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